Respondo con esta nota a la invitación a participar en La Mesa, una plataforma de ideas y debates sobre qué hacer con el reto de la crisis del coronavirus. Siendo el tema muy amplio, me limito a sugerir una forma de iniciar la conversación, centrándome en algunas cuestiones.
Primero: el acto de responder
Lo primero: “respondo”… El solo hecho de responder a la iniciativa de La Mesa me sugiere que lo primero que tenemos que hacer es, justamente, eso: respondernos unos a otros. Es decir, conversar: aventurar razones, escucharnos y contestarnos, acerca de esta experiencia del coronavirus y la crisis que la acompaña. Para comprender mejor la situación, y, luego, para hacer lo necesario, pero siempre conectados unos con otros. Es decir: dialogar, y compartir, y actuar con cierta coordinación.
De aquí el título de esta nota: “sin convivencia no habrá supervivencia”. Nos conviene mantener este tema de la convivencia, y el diálogo, en el foco de la discusión.
Segundo: una oportunidad extraordinaria pensando en lo inmediato, y en el largo plazo
Conviene considerar la crisis como una oportunidad, incluso como una oportunidad extraordinaria.
Oportunidad, pero ¿para qué?… Primero, para manejar el momento presente, un momento de “callada agitación”, que de por sí ya es muy duro.
Segundo, para hacerlo con criterio, y pensando en el rumbo de la sociedad, que queramos rectificar o mantener. En este caso, podemos plantear la cuestión en términos de democracia y economía de mercado cum sistema de bienestar y libertades, y reforzar, o no, la apuesta por la trayectoria de los últimos cuarenta años. O bien podemos profundizar en la cuestión, y plantearla en términos más generales, pero que podrían ser más profundos. Podríamos hablar de tener como criterio el de aprovechar la oportunidad para aprender a convivir mejor, y ayudarnos unos a otros a tener más sentido común (sentido de la realidad, inteligencia) y más sentido del bien común, es decir, de los valores que, se supone, ya compartimos – como son los de libertad y comunidad o solidaridad o fraternidad o igualdad; pero también de compromiso con mantener un proceso de crecimiento económico del que depende la supervivencia de todos.
Se trata de componentes generalmente aceptados de lo que debería ser un irse acercando, y no alejando, del ideal (grosso modo reconocible a pesar de ser siempre un tanto difuso) de “una buena sociedad”. Dando por supuesto que, aunque haya un debate continuo sobre esos temas, hay cierto consenso subyacente y básico que ya está ahí, y que no hay que “inventar” sino reconocer y mejorar.
Conviene recordar que, si hay un fondo de acuerdo sobre lo que significa un “bien común”, también hay un fondo reconocido de lo que sería un “mal común”. Los totalitarismos, por ejemplo. Y el hambre y el caos y la enfermedad. Y la guerra civil o la violencia incivil. O incluso, creo, una polarización que se vaya dejando ir (o esté siendo deliberadamente empujada) hacia sus extremos.
Tercero: la experiencia ha sido y es (y previsiblemente será) muy difícil, y la oportunidad que nos ofrece tiene, como reverso, la posibilidad de una crisis mayor
Hay que estar muy atentos al hecho de que estamos ante un drama, abierto en varias direcciones, en parte según y cómo las gentes reaccionen a su propia experiencia del coronavirus.
Esta experiencia del coronavirus, con sus muchas muertes, y muertes muy dolorosas, y sus muchos incidentes de carencias y retrasos, y su mezcla de ruido en la plaza pública y de silencio en las casas por dentro, trae consigo una doble posibilidad. Puede favorecer o puede entorpecer el desarrollo, en la sociedad, de su comprensión de la situación, así como del impulso cívico preciso para hacerlo frente. De hecho, puede provocar el desconcierto y reforzar un sentimiento de impotencia.
La experiencia del coronavirus ha sido la del confinamiento durante poco menos de cien días, pero también incluye e incluirá la de ir viviendo con una “nueva normalidad” en estos y los meses siguientes, a la expectativa de que lleguen la llamada “inmunidad de grupo” (algo que el común de las gentes no acaba de entender) o la ansiada vacuna.
Por un lado, esa experiencia puede suponer una oportunidad para tomar distancia, apoyarse en familiares y amigos, sacar tiempo para informarse y reflexionar, y ver las cosas con perspectiva.
Por otro lado, puede traer consigo una sensación de confusión, de sumisión a noticias medio incomprensibles y una propaganda política que genera desconfianza y refuerza la tendencia a la culpabilización de los adversarios.
Por cierto, cabe imaginar que quizá esta culpabilización sea producto, al menos en parte, del desplazamiento de un sentimiento de culpabilidad difuso que las gentes tengan, sin acabar de confesárselo, a la vista de los efectos de la pandemia entre los mayores (combinada o no con los efectos de la tardanza en la reacción a las primeras noticias, o el descuido en la protección de los sanitarios).
En general, esta cuestión del cuadro emocional y los sentimientos morales de los ciudadanos es de la mayor importancia; y ello, tanto más, cuanto que la sociedad tiene que manejarse con la doble experiencia bastante confusa del confinamiento y de la nueva normalidad. (Confusión que se pretende aclarar por el procedimiento de volver lo antes posible a las rutinas de siempre.)
Habrá que aprender, por tanto, sobre la marcha, y sin muchas referencias a las que recurrir. Aprender a encarar con juicio y civismo y solidaridad, la situación. En estas condiciones es importante ir entendiendo el desarrollo de las actitudes y las conductas, y la evolución de los sentimientos de la sociedad.
Cuatro: centrando la atención en el tema político
Conviene no infravalorar, pues, en modo alguno, los riesgos de la situación, teniendo en cuenta que tendemos a olvidar los momentos difíciles y a volver a las rutinas cotidianas y a sumergirnos en el ruido habitual, con el que estamos más o menos familiarizados. Lo cierto es que estamos en una situación límite, que no parece pasajera, y que afecta, bastante profundamente, a varias dimensiones de la experiencia colectiva humana (salud, economía, política, sociedad y familia, cultura…); y a todo tipo de sociedades y partesdel mundo: naciones y supranaciones, clases sociales, generaciones, etnias, religiones…
Pero para favorecer la conversación sobre un tema que nos afecta tanto y es tan complejo, quizá nos convenga comenzar por centrar el foco de la atención en la situación española y en alguna de las dimensiones de la sociedad afectadas por la crisis. Pensando, pues, en España (aunque siempre convendrá verla teniendo muy en cuenta el contexto europeo, y en último término mundial), centraré mi atención, en este comentario, en el campo de problemas relativos al sistema político.
Me fijaré, pues, aquí sólo en la situación de alto riesgo del sistema político. Sometido a enfrentamientos que cuestionan la convivencia y la supervivencia de la sociedad, así como la formulación y la implementación de políticas sensatas y eficaces a largo plazo. Recordemos muy rápidamente algunos problemas obvios: polarización o división de la clase política que repercute en la división de la ciudadanía; desconfianza generalizada respecto a la clase política, en su capacidad para mantener la concordia cívica y resolver problemas sustantivos varios (en particular los de carácter socioeconómico, profundamente agravados por la crisis del coronavirus); riesgo de fragmentación territorial grave (por lo pronto, Cataluña), que puede ir a más en cualquier momento; cuestionamiento (por ahora tentativo, pero claramente perceptible) del marco constitucional. Por no hablar de la dificultad del país para tener una voz sensata e influyente en una Europa, por lo demás, frágil.
Quinto: cómo hemos llegado hasta aquí, los agentes responsables y seis cuestiones
Conviene atender en especial a la pregunta de cómo hemos llegado hasta aquí; lo cual nos permitiría aprender de los errores para rectificar el rumbo.
Aquí, a título de incitación a la conversación, sugiero nos planteemos la cuestión en términos de responsabilidad de los agentes, en último término, de personas; y no tanto en términos estructurales, como consecuencia de factores institucionales o tendencias históricas (lo que puede ser tema para otro comentario más adelante).
A este respecto, propongo seis cuestiones de partida, en forma de afirmaciones con las que se puede estar a favor o en contra, y en un grado u otro, y que dan, por tanto, materia para la conversación. En el bien entendido de que las críticas a unos u otros no ponen en cuestión sus logros, ni su capacidad de aprendizaje y de rectificación.
1. Se puede estar a favor o en contra de la afirmación de que el país ha llegado a esta situación en buena medida porque lospolíticos han perdido el norte y, en parte a causa de su obsesión tacticista, pero también dejándose llevar de tendencias belicistas, han tendido a polarizar cada vez más al país.
Cabe argüir que, aunque muchos políticos (y comentaristas) pretenden que el país está ya polarizado y que los políticos, al enfrentarse entre sí no hacen sino representar a la sociedad y reflejar sus sentimientos, en realidad no es así. (Y el hecho de que el dato de la desconfianza hacia los políticos haya ido siendo cada vez mayor, y su valoración de ellos, cada vez más baja, no explica de por sí esa polarización.)
Serían más bien los políticos (y sus entornos) quienes más contribuyen a polarizar la sociedad. Incluso, cabe imaginar que, con esa polarización, tratarían de disimular el hecho de no haber sido capaces de resolver los problemas políticos de fondo. (Que por lo demás, hay que reconocer que venían de lejos, y que tampoco las clases políticas de otros muchos países han sabido resolver.)
Según esto, la clase política, habiendo protagonizado o coprotagonizado la muy loable secuencia de la transición democrática, y de su consolidación, lo que es un activo sumamente importante, no habría acabado de pasar la prueba de estos cuarenta años para reproducir y afianzar un clima de reconciliación en el país, ni resolver algunos de sus problemas estructurales básicos.
Lo cual, a su vez, cuestionaría a los políticos, pero también a la sociedad civil, que, por lo pronto, ha elegido y elige a sus políticos y es, por tanto, en buena medida, responsable de ellos.
2. La sociedad civil, a pesar de su resiliencia y sus muchos méritos, habría sido demasiado tímida. No era preciso que hubiera actuado como un agente colectivo: la sociedad civil ni es un sujeto unitario ni tiene por qué serlo – al contrario: le va el ser un tejido plural y diferenciado. Pero tendría que haber habido, y haber, más diálogo entre unos y otros segmentos de la sociedad. Todos ellos, unos y otros, deberían implicarse más en el terreno de lo común, y articular mejor sus argumentos. La sociedad civil no ha ejercido el papel de co-protagonista, que debería ser el suyo. Ha acompañado a la clase política, pero no se ha atrevido a educarla. No ha sido suficientemente “civil” porque no ha sabido ser “cívica”.
3. Un segmento especialmente influyente de esa sociedad civil es el de quienes podríamos llamar losprofesionales o las categorías profesionales. Su influencia ya es grande por el sólo hecho de su labor profesional; pero, además, se supone que tienen una misión de servicio al bien común. Ello va con su identidad: tener una profesión implica tener una vocación, de servicio. Tendrían una misión de participar de lleno en los asuntos comunes.
El problema es que han solido hacerlo sólo a medias. A título de ejemplo, en la crisis sanitaria han intervenido los médicos y sanitarios como combatientes de primera línea: su actuación ha sido ejemplar, admirable y reconocida como tal. Pero no lo han hecho, en grado suficiente, como agentes cruciales en la difusión de una información clara, ordenada y fiable, en el debate público, y en los procesos de decisión e implementación de políticas públicas.
4. Otro segmento importante de la sociedad civil son los empresarios, de todos los niveles e incluidoslos autónomos. Su actuación ha sido y es clave para el progreso económico de estas décadas. Pero su misión no se circunscribe sólo a la economía: tienen una responsabilidad destacada respecto a la sociedad y la política. Se podría decir que, en general, aparte loables excepciones, no han construido sus argumentos de crecimiento y libertad y cohesión social e inclusión social e interés común, conectando unos valores con otros, los económicos y los sociales, y haciéndolo con argumentos persuasivos y convincentes, y reforzados por su ejemplo.
Y podríamos seguir con los sindicatos, los académicos, la iglesia y las confesiones religiosas, los más diversos grupos de interés y de identidad: cada uno debería aportar su propia experiencia, valiosa. No para fomentar un proceso de reproches, ni de culpabilización, sino tratando de aprender y mejorar sustancialmente los términos de la conversación cívica.
5. A la vista de todo lo anterior, y en especial del tanto de los fallos de unos agentes y otros, se podría entender el resultado del relativamente bajo nivel de calidad del debate público. Conviene subrayar que esa calidad del debate es de una importancia fundamental; y señalar que afecta a los medios y a la educación; y, por tanto, por lo pronto, pero no sólo, al mundo de los agentes mediáticos y al de los docentes.
Cabe pensar que lo que nos ofrecen los medios de comunicación, en sus diversas variedades, suele tener, junto a un contenido informativo (sumamente) útil, un marco interpretativo con un sesgo de parcialidad, un tono exhortativo y una sobrecarga de descalificaciones, que incrementan el desconcierto y la confusión, y contribuyen a un clima de beligerancia.
A su vez, esa oferta mediática se puede encontrar con la demanda de unos usuarios o consumidores de la información y del discurso de tales medios, que carecen de la educación necesaria. En otras palabras, el sistema educativo habría sido diseñado, y estaría funcionando, con sus muchas asignaturas y exámenes y horas de clase y deberes en casa; pero estaría desatendiendo, sin embargo, cuestiones básicas. Cuestiones básicas como lo son las relativas al desarrollo de la capacidad para intervenir en un debate público, pensar con orden y concierto, expresarse con claridad, disponer de juicio crítico para calibrar con cierta objetividad el peso de los argumentos a la vista de los argumentos opuestos y teniendo en cuenta la experiencia, tener alguna familiaridad con una tradición cultural de suficiente complejidad y profundidad…
Si esos fallos en el sistema de producción y transmisión de la información y, en especial, en la educación,no se remedian (y creo que se han remediado poco en los últimos cuarenta años, como lo prueba el nivel de calidad del debate público), sería imposible crear las condiciones para acordar políticas sociales y económicas a largo plazo, por lo pronto porque faltaría el apoyo público necesario. Me refiero a las políticas prudentes y sensatas precisas para enfrentarse con los retos del momento, capaces de (semi) garantizar la convivencia y la supervivencia del país a largo plazo.
6. Por último, me parece importante tener en cuenta la situación de los ciudadanos corrientes, digamos, los ciudadanos de a pie, considerados, por lo pronto, de uno en uno, a título individual o cuasi-individual. En último término es una responsabilidad de cada individuo no sólo votar, sino vivir de una determinada manera su condición de miembro de la sociedad. Puede refugiarse en el pesimismo de “aquí no hay nada que hacer”, “siempre serán las cosas así”, etcétera. O puede comportarse de otro modo. Lo cierto es que está en manos de cada uno el construir y reconstruir, por su cuenta, sin pedir permiso previo, con gentes próximas, con amigos y familiares, por ejemplo, aquellos círculos primarios de sociabilidad que, a su vez, pueden dar lugar a debates sensatos y a impulsos de mayor alcance, y cultivar de este modo los hábitos cívicos fundamentales. No como rebaños sino como gentes libres.
Naturalmente todo lo anterior no es sino una invitación a un debate abierto, en el que incluir otras muchas cuestiones, vistas desde diferentes ángulos. Lo importante es que la conversación siga su curso.
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