La crisis ha venido a cuestionar la proverbial falta de compromiso de los españoles con el mecenazgo y la filantropía. Muchos particulares y un gran número de empresas de este país han arrimado el hombro como nadie, sin desmerecer respecto a los esfuerzos desplegados en otros países. Han puesto dinero y tiempo; capacidad logística y contactos para ayudar a un sector público desbordado, en algunos momentos y lugares, por la crisis sanitaria.
 

Aprovechemos esa oleada de solidaridad y colaboración para que lo anterior se convierta en algo estructural. Y eso precisa dos cosas. En primer lugar, un marco normativo más favorable, que facilite e incentive los esfuerzos desinteresados. Necesitamos cambios legislativos urgentemente. La experiencia y práctica de los países que encabezan los rankings mundiales de filantropía deben ser referencia obligada para esa reforma.

La crisis económica y la incertidumbre que nos envuelven en estos momentos es un escenario particularmente propicio para el mecenazgo y la filantropía.

En segundo lugar, tenemos que hacer mucha más pedagogía social. Con sorpresa y disgusto hemos asistido a descalificaciones a empresarios que hacían donaciones a sus compatriotas. Como si dar y contribuir a la Sociedad solo pudiera hacerse pagando impuestos. Tributar es un deber insoslayable. Pero el compromiso como ciudadano y como ser humano más allá de las fronteras que traza la familia lo trasciende; ese compromiso es una actitud valiosa e importante para articular una Sociedad civil fuerte y sana, para apoyar iniciativas desatendidas por el sector público o para complementar a este.

 

La crisis económica y la incertidumbre que nos envuelven en estos momentos es un escenario particularmente propicio para el mecenazgo y la filantropía.

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