Hace ya bastantes años que el World Economic Forum publica el The Global Competitiveness Report, que mide los factores que convierten un país en competitivo, que es lo que en definitiva ha venido concretando la mayor o menor capacidad de creación de riqueza de cada país. Dicho informe contempla una variada muestra de indicadores que acaban incidiendo en el desarrollo de un estado, que incluye, entre otros, la calidad de sus instituciones, sus infraestructuras, el sistema sanitario o el sistema financiero.
España aparece en el último ranking disponible para el 2019 en la posición 23ª. Nos superan holgadamente, entre otros, Alemania, Reino Unido, Francia y los países nórdicos (no así Italia).
En el desglose de los factores positivos de competitividad de España destacan la salud de sus habitantes (3º en el mundo), la calidad de sus infraestructuras (7º) o la apuesta por la sostenibilidad de sus gobiernos (7º).
Dentro de los aspectos negativos, de los once pilares de competitividad en que se basa el informe, la peor nota se la lleva nuestro mercado de trabajo (68º), algo ya identificado y conocido, sobre lo que mucho se ha escrito y dicho.
Entrando en el detalle, sin embargo, me gustaría resaltar algunos aspectos relativos al dinamismo empresarial. En particular, destaca el escaso apoyo y reconocimiento que tiene la iniciativa empresarial en España. A modo de ejemplo, respecto al índice “Entrepreneurial culture”, nuestra posición en el ranking mundial es un lamentable 85º puesto. Más en concreto, y más relevante todavía, cuando se analiza “Attitudes towards entrepreneurial risk”, nuestro escalafón es todavía más lamentable, el 98º. Es decir, que más allá de la escasa cultura empresarial que podamos tener, todavía somos peores a la hora de juzgar positivamente como un valor deseable.
Esto es muy importante, porque significa que tenemos un problema cultural, educativo y social, al no asociar la cultura emprendedora y la iniciativa empresarial con valores positivos. No hace falta comentar las nefastas consecuencias de este estado de las cosas, máxime en un entorno de crisis, en que es probable que se reavive un superficial caldo de cultivo negativo en estos campos, precisamente cuando más necesarias serán las iniciativas empresariales exitosas.
Es también importante enfatizar, cómo defiende y demuestra el propio informe, que la cultura emprendedora y la apuesta por la competitividad no están reñidas ni son mutuamente excluyentes cuando se las relaciona con otros valores igualmente deseables, como la sostenibilidad o la cohesión social. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, promovidos por las Naciones Unidas, y la Responsabilidad Social Corporativa, en general, son ámbitos prioritarios que definirán las estrategias de las empresas y las economías del futuro. Pero no están reñidos, y si acaso diria que no pueden ser desarrollados sin una adecuada cultura empresarial.
Por ello, propongo el desarrollo de una institución de promoción de los valores emprendedores y la cultura empresarial.
Sus patronos deberían ser igualmente del mundo privado y del público, del mundo empresarial y de todos los sectores sociales, en especial los académicos y culturales. Sus acciones podrían desarrollarse en muchos ámbitos, pero deberían priorizarse los ámbitos educativos en sus distintos niveles, y huyendo de idolatrar en particular empresarios o directivos de éxito en grandes empresas, para centrarse en el fomento humilde de la iniciativa empresarial como un valor deseable para cualquier ciudadano que quiera lo mejor para el futuro de su país y sus ciudadanos.
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