Nadie duda de la importancia de la crisis sanitaria y la crisis económica provocadas por la pandemia del COVID-19. Pero las consecuencias de esta pandemia para la educación, aunque han sido consideradas como importantes por algunos, no han recibido en mi opinión la importancia que merece.
Debe recordarse que una de las primeras medidas que se adoptaron en marzo-abril de 2020 fue cerrar los centros escolares y las universidades. Pero no se cerraron de forma tan inmediata muchas otras actividades en las que el contagio era tanto o más posibles que en los centros de enseñanza, como los bares y restaurantes, las concentraciones, pero sobre todo los aeropuertos (ni siquiera se establecieron controles mínimos hasta después de varios meses), y en general las fronteras españolas, tanto para los que entraban legalmente como para los irregulares o que entraban de forma no legal.
Confirmando las sospechas de muchos, se abrieron antes los bares y restaurantes, y el turismo, que los centros de enseñanza. Se recalca una y otra vez que la enseñanza puede y debe hacerse telemáticamente, al mismo tiempo que se autorizan los desfiles de moda, una actividad que se puede realizar perfectamente de forma telemática, incluso mejor, puesto que se pueden enfocar y transmitir detalles de los modelos con una precisión que nunca se pueden percibir de manera presencial, a varios metros de distancia.
En otra ocasión he afirmado, y he pretendido demostrar empíricamente, que la educación no ha preocupado nunca de manera importante en España, ni a los gobernantes ni a los gobernados. Parece que lo único que preocupa a unos otros es los títulos, sin que importe demasiado como se consiguen, puesto que lo que parece importar son las estadísticas de titulados en los diferentes grados y niveles.
Por ello, esta es mi carta a los Reyes Magos para el tiempo que todavía estemos con toda clase de medidas excepcionales mientras dure la pandemia, y para después, puesto que mi optimismo me obliga a creer que esta situación no durará eternamente.
En primer lugar, sugiero que se mantengan abiertos los centros escolares, aunque a veces haya personas contagiadas, sean alumnos, profesores o personal de administración. No se cierran los aeropuertos porque a veces detecten algún contagiado. No se cierran los transportes públicos ni privados, no se cierran las empresas, no se cierran los cuarteles, y es normal, porque todos ellos cumplen una función muy importante, un servicio social a toda la comunidad española. Alguien debe decirle a la sociedad española, y las familias españolas deben también entender, que la educación es el bien más importante para cualquier sociedad, especialmente si es una sociedad con un alto grado de desarrollo, como la española. ¿Alguien se atrevería a cerrar toda la actividad económica por miedo al contagio? ¿O la actividad de seguridad porque haya pocos o muchos agentes que hayan contraído el virus? Por la misma razón, la actividad educativa no se puede cerrar, hay que mantenerla con todas las medidas de seguridad que sean necesarias. Pero cerrarla es no solo una catástrofe presente, sino también futura.
No voy a insistir en que en España nos han acostumbrado algunos a que cuando ha habido meses de huelga de alumnos o de profesores, o de ambos, hay que dar aprobados colectivos, o examinar de lo explicado en clase, o ser benévolos en las calificaciones. Lo importante parece ser que se sigan concediendo titulaciones. Nos han acostumbrado a que se pueda pasar curso con una o varias asignaturas suspendidas, como si eso fuera a solucionar el problema de la falta de conocimientos.
Es hora de que la sociedad española mire a su alrededor, a los países de la Unión Europea, y de la misma manera que queremos, con razón, equipararnos a ellos en tecnologías, en servicios sociales, en remuneraciones, deberíamos querer y exigir a las autoridades la equiparación en la enseñanza, en cualquier nivel, desde la pre-escolar hasta la universitaria y la investigadora. Solo con ciudadanos bien formados tendremos buenos agricultores, buenos electricistas, buenos conductores de transporte, buenos economistas, buenos médicos y enfermeros y celadores, buenos policías, etc. Lo importante no son los títulos, son los conocimientos. Y mientras no internalicemos algo tan obvio, España seguirá siendo el farolillo rojo en las pruebas PISA, en los rankings de universidades, etc. No es un problema de izquierdas o derechas, no es un problema ideológico, España necesita una auténtica reforma total del sistema educativo, y eso no se logra solo haciendo la enésima ley de educación. Es un problema de convicción, primero de la sociedad, que debe exigir a los poderes públicos calidad, calidad y calidad.
Si no hay aulas suficientes, por razones de seguridad sanitaria, que se habiliten hoteles, bares, restaurantes, o se construyan barracones, como se ha hecho para resolver el problema de plazas hospitalarias cuando ha hecho falta, o incluso para albergar a inmigrantes cuando no eran suficientes las instalaciones existentes. Si no hay presupuesto suficiente, que se reduzcan los gastos del Estado en muchas otras partidas, como se ha hecho en otras ocasiones para resolver otros problemas. No quiero ahora especificar de donde se puede ahorrar, porque creo que está en la mente de cualquier lector.
En definitiva, de igual manera que los medios de información nos detallan a diario todas las incidencias de contagios en cualquier pueblo (materia inagotable, porque España tiene más de 8.000 municipios, y siempre hay alguno con contagios), se debe informar diariamente también de todas las incidencias en el sector educativo, no para cerrar escuelas, sino para que se atiendan de manera inmediata esas deficiencias, precisamente para no recurrir a lo fácil, que es cerrar los centros educativos.
Esta es la hora en que gobernantes y gobernados admitan, y obren en consecuencia, que la educación, en todos los niveles, es lo más importante para el presente y el futuro de España, y por tanto es una prioridad al menos tan importante como la sanidad, la economía, y la seguridad. Y ello requiere que se la trate como lo que es, la de máxima prioridad, pues sin ella no habrá buenos sanitarios, ni economistas, ni agentes de seguridad, ni investigadores, ni ahora ni en el futuro.
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